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Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.

Lucas 2:7

En los tiempos del nacimiento de Jesús, se calcula que había casi 500 mil personas en Belén transitando para cumplir con el censo obligatorio que indicó el emperador.

En nuestro pequeño pueblo mágico, cada fin de semana los turistas que nos visitan hacen que la población aumente al doble y todo se vuelve un caos en donde los visitantes quieren entrar y los habitantes no queremos salir.

Me impresiona cómo habiendo tanta gente, Dios tuvo cuidado de inspirar a Lucas para que hablara sobre la familia de Jesús, unos pastores y también incluyera al mesón, e indirectamente, a sus dueños.

En el mundo antiguo la hospitalidad no era un valor, era un deber, pero había un lugar en el que la hospitalidad era un negocio: el mesón.

En un tiempo en que todos debían recibir al visitante, nadie abrió la puerta, y en aquel que aunque fuera “por negocio” debieron haber abierto la puerta a Jesús, tampoco no lo hicieron.

Dios nos hace preguntarnos comparando al dueño del mesón: ¿de qué estás lleno?

No había lugar para José, María y Jesús (aún en el vientre) en el lugar, porque estaban saturados. ¿De qué estamos saturados hoy que no tenemos espacio para recibir al necesitado, para abrir la puerta al extranjero, ayudar al enfermo?

El dueño del mesón tenía un negocio, y yo entiendo que cada padre de familia ve por su trabajo y sustento familiar, pero ¿usted y yo qué estamos dispuestos a negociar, el dinero o la bendición?

Tal vez ante la gran demanda, el mesonero podía darse el lujo de escoger al huésped que fuera el mejor postor, ¿con qué personas estoy dispuesto a negociar? ¿cuáles tienen más valor para mí, las que me ofrecen bienes materiales y estatus económico o las que traen una bendición que enriquece sobrenaturalmente y viene libre de preocupaciones?

El mesonero estaba saturado y tuvo que elegir. ¿Qué elegiría usted?

No permita que los afanes de este mundo lo saturen; entiendo que es tiempo de compromisos y deudas, pero deje un espacio dentro de su casa y de su corazón para recibir a Jesús.

El mesonero tuvo la oportunidad de hospedar en su hogar a uno mayor que los ángeles: al mismo Mesías, Rey y Salvador.

Y si por alguna razón lo rechazó y lo dejó fuera, no permita que el acontecimiento más importante de todos los tiempos suceda afuera, tome una decisión y haga un espacio en su casa y en su vida para que su corazón sea el pesebre donde Jesús nacerá hoy.

Recuerde que la razón de la celebración, es el nacimiento de Jesús. No tenga miedo y anuncie a todos que también ha nacido en su corazón.

No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.

Lucas 2:10-11

¡Feliz Natividad del Señor!

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //