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Porque quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre.

Filemón 1:15

Pablo engendró un hijo espiritual mientras era prisionero: Onésimo. Éste había sido esclavo en casa de su amigo Filemón, quien tenía una iglesia en su casa, de la cual salió huyendo por una ofensa grave.

Y el tema principal de la carta de Filemón es sobre el perdón, y uno de los requisitos necesarios para perdonar, es que haya una ofensa.

A veces nosotros creemos que para poder perdonar a alguien su falta tienen que suceder muchas cosas, pero aquí vemos que lo único relevante es que haya habido un agravio.

Si usted ha sido ofendido, tiene el elemento mínimo necesario para perdonar.

Y tal vez piense que hay cosas muy difíciles de perdonar, pero si miramos a la cruz, vemos que todo ha sido perdonado por Cristo y si necesita ayuda, para Dios no hay nada imposible.

Pablo recomienda a la iglesia en Roma: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. (Romanos 12:19)

¿Cuántas veces hemos querido descansar en que Dios dejará cuentas claras con nuestros enemigos, y se nos olvida que nosotros también seríamos acreedores de esa misma venganza si no fuera porque Cristo nos rescató?

Todos ofendemos muchas veces, nos recuerda Santiago (3:2ª), y Pedro nos menciona que Dios no quiere que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento, así que nuestra consideración sobre la venganza sobre nuestros enemigos debe movernos a la compasión por ellos, para que reciban la misma oportunidad que nosotros hemos recibido, de morir al pecado y vivir para Cristo.

Estábamos muertos espiritualmente a causa de nuestras ofensas contra Dios, pero él nos dio vida al unirnos con Jesucristo. Fíjense, ustedes fueron salvos sólo gracias a la generosidad de Dios.

Efesios 2:5 PDT

La ira de Dios ciertamente vendrá sobre la maldad y quienes la ejerzan, y será el día en que Dios hará justicia, pero ahora vivimos en el tiempo de la gracia, donde su misericordia es ofrecida a los que se arrepienten.

Que cada ofensa sea una oportunidad de ejercitar nuestro corazón en el perdón, y que sea un motivo de intercesión para que los ofensores se arrepientan y vivan una vida para Cristo.

Si la ofensa nos separó, que la fe en nuestro señor Jesucristo nos permita interceder por ellos para recibirlos en la familia de Dios para siempre.

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //