fbpx

Los romanos del tiempo de Jesucristo no solo son conocidos por su actitud violenta y sádica a través de la crucifixión, sino también de la tortura y de otros métodos de castigos más impactantes y espantosos.

Uno de ellos es el que aprendieron del rey etrusco Mecencio y que fue retratado por el poeta Virgilio en su obra Eneida, quien era un sujeto cruel que hacía que encadenaran a los asesinos convictos al cadáver de sus víctimas.

Él ataba a los vivos con los muertos, manos con manos, boca con boca, y así los dejaba perecer lentamente en un espantoso abrazo, chorreando podredumbre y corrompida sangre.

El vivo, encadenado al cuerpo de muerte, se veía obligado a vivir el resto de su vida teniendo directamente el peso y el hedor putrefacto del cadáver. Con el tiempo, por supuesto, la carne podrida del cadáver se llenaría de enfermedades, infectando al asesino y conduciendo a un final horrible y espeluznante.

Pablo usó este castigo romano como metáfora para mostrar el pesado peso de pecado y la muerte horrible a la que nos somete.

Adán y Eva no murieron cuando comieron el fruto prohibido, pero sí empezaron deteriorarse lenta y dolorosamente a partir del primer bocado, hasta que finalmente perecieron.

El pecado nos quita la vida día con día y la única forma de detenerlo es clamando por misericordia.

¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Romanos 7:24

Jesucristo es el único que puede librarnos de las cadenas del pecado que nos aprisionan ojo a ojo, mano a mano, cintura a cintura y pie a pie y que nos torturan hasta morir.

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Romanos 8:1

Jesús ofrece una vida libre de condenación a todos los que le buscan y con corazón arrepentido, han decidido vivir diferente y luchan por no pecar más.

Hoy tenemos la oportunidad de usar esta metáfora espantosa para compartir el testimonio glorioso de un pecador condenado a muerte que no solo fue liberado, sino también restaurado y vivificado por Jesucristo, el Salvador.

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //