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En la Biblia podemos encontrar una cantidad enorme de relaciones familiares deficientes: entre los padres, los padres con los hijos, los hermanos, las parejas de los padres, los descendientes y hasta pueblos enteros.

Dios decidió escribirla así para enseñarnos que no hay familia tan rota que Él no pueda restaurar, y como ejemplo tenemos la familia de Abraham. Un hombre que no esperó el cumplimiento de la palabra de Dios y tuvo un hijo con la sierva de su esposa, creando un gran conflicto.

Abraham se enfrentó a una serie de problemas entre Sara y Agar, madres de sus hijos, que terminaron por separar su familia y apartarlo de Ismael, lastimando a muchos hasta hoy.

Los errores de los padres siempre terminan abriendo huecos y heridas que afectan a los hijos y debemos buscar a Dios para que Él nos ayude a restaurar lo que pasó y corregirlo de alguna manera.

Cuando Agar e Ismael tuvieron que salir de la casa familiar, Dios intervino y fue para ella Esposo y Padre para su hijo, pero es necesario que reconozcamos que es Dios quien le da nombre a nuestra familia, y la gobierna.

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra. Efesios 3:14-15

Dios está dispuesto a ser el proveedor de todo lo necesario para que nuestros hijos crezcan cuando falte una figura paterna o materna, y enseñarlos a convertirse en hombres y mujeres de bien, si nosotros les enseñamos a verlo y obedecerlo como Padre.

Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada. Dios hace habitar en familia a los desamparados; saca a los cautivos a prosperidad; mas los rebeldes habitan en tierra seca. Salmos 68:5-6

Ismael era huérfano de padre, Agar estaba sin esposo y Dios salió a su encuentro a defenderlos. Él les hizo vivir como familia cuando salieron desamparados. Fue Dios quién los sacó de la esclavitud y servidumbre y los convirtió en libres y prósperos.

A veces nos cuesta trabajo entender por qué Dios permite ciertas cosas en nuestra vida, pero Él siempre tiene un plan mejor que el nuestro. Abraham ciertamente cometió errores, igual que todos nosotros, pero por la fe confió en que Dios podía darles un futuro y una esperanza, y nosotros podemos creerlo también, si le damos el control de nuestra familia.

No seamos rebeldes hoy, volvamos nuestro corazón al Señor, a nuestros padres y a nuestros hijos y roguemos que Él permita el querer como el hacer en todos nosotros para vivir de nuevo en familia, prósperos y libres.

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //