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Y volvió Abraham a sus siervos, y se levantaron y se fueron juntos a Beerseba; y habitó Abraham en Beerseba.

Génesis 22:19

Después de que Abraham anduvo errante, habiendo salido de Ur de los caldeos y habitando en tierra de filisteos, toma una decisión y afirma su corazón en el Señor: habitar en Berseeba, donde había hecho un juramento, plantado un tamarisco e invocado el nombre de Jehová Dios eterno.

Si nosotros hiciéramos un recorrido virtual por la región, veríamos un desierto, un clima árido y n panorama inhóspito, poco agradable de habitar.

Hay ocasiones en que Dios nos lleva a habitar en medio de Sus promesas, y a simple vista, pueden parecernos polvo de la tierra, pero queremos invitarte a reflexionar sobre esto: la morada que Dios nos ha dado aquí en la tierra, comparada con la que Él ha preparado en el cielo, es como polvo de la tierra, imposible de comparar.

Tal vez, a simple vista a ti te parece desolador, pero hay una frase que usan los creyentes de la región: en el desierto, el Verbo habla.

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Juan 1:14

Me pregunto si Abraham entendió y decidió habitar ahí para estar escuchando con más fidelidad la voz de Dios, Su Palabra, su Hijo, el Verbo encarnado: Jesús.

Él había recorrido sin darse cuenta toda la tierra que Dios le daría a su descendencia y se había salido de ella, yendo hasta Egipto, de donde salió enriquecido, pero también contaminado.

Él había cometido y repetido errores con Faraón y con Abimelec, y aunque Dios lo había librado, las consecuencias lo perseguirían por generaciones.

Abraham había conocido el mundo y sus “riquezas”, y decidió habitar en un desierto, en el límite sur de la tierra prometida, donde recordara que la provisión venía solamente del Señor y que no sólo de pan viviría el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Donde Su voz era más clara, donde el panorama le recordara que sólo somos polvo de la tierra, donde tendría que depender totalmente de la presencia de Dios para vivir tranquilo.

Abraham, Isaac y Jacob habitaron en Berseeba, y la austeridad de ella me invita a reconocer que no debemos habitar cómodamente en las promesas terrenales, sino en las eternas; que solo somos polvo de la tierra y que nuestra esperanza está en el cielo, a donde Jesús regresó, a Jehová, al Padre, el Dios eterno.

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //