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Nuestra nación está a punto de celebrar un año más de su independencia y nuestra ciudad, otro más desde su fundación.

Monterrey es una ciudad entre montañas edificada por judíos sefarditas que salieron exiliados de España y a quienes se les asignó un cuadrado perfecto de 200 leguas de tierra hacia el interior desde la costa del golfo de México.

Este territorio fue llamado el Nuevo Reino de León y mientras ellos recorrían los valles semidesérticos del norte buscando un lugar donde establecerse, encontraron un área montañosa por la cual entraron desde el oeste y frente a sus ojos, permanecía imponente una montaña que llamaron El Cerro de la Silla.

Por cuestiones inquisitorias y ya que no podían judaizar, explicaron la razón de llamarlo así por compararlo con una silla de montar cuando en realidad, su silueta asemeja al trono de un rey.

Una ciudad entre montañas con un monte tan imponente, debía ser dedicado solo a un Rey. Así, la ciudad de Monterrey y el Cerro de la Silla, se convertía para nuestros primeros pobladores en un recordatorio de la tierra prometida.

Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre.

Salmos 125:2

Cuando he podido estar en la Macroplaza y en los días despejados logro ver las cordilleras alrededor, hago un ejercicio mental imaginando el valle virgen, tratando de ver lo que los primeros regiomontanos vieron cuando llegaron aquí y me asombra la gloria de Dios que nos rodea.

Toda la tierra es el estrado de Sus pies y cada ecosistema, cada valle y montaña, desierto y playa, manglar y tundra, cielo y tierra reflejan la gloria de Dios.

Aunque el mundo esté sumergiéndose cada vez más en el pecado, recordemos que la tierra es santa y Dios nos envió a trabajarla y gobernarla.

Celebre la independencia de la esclavitud del pecado y comience a ver su ciudad y su nación como un lugar santo para Dios.

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //