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Recientemente tuvimos unas vacaciones familiares fabulosas y aunque Dios abría camino para que pudiéramos tomarlas, estuvieron llenas de luchas y obstáculos.

Una de esas noches en que el agobio y hasta el miedo me invadieron, el Señor me recordó una cosa: que no solo era su sierva, era su hija, y que Él no me trataba como un patrón para el que trabajo, o como un Dios al que sirvo, sino como un Padre que me ama, me cuida y quiere lo mejor para mí.

Tal vez usted hoy esté pasando por momentos de dificultad y ya no sabe cómo decirle a Dios que le ayude, pero hoy quiero invitarle a que le diga: Papá.

Los ángeles le dicen Santo, el pueblo de Israel no se atreve siquiera a pronunciar Su Nombre, pero Jesús nos dijo que lo llamáramos ¡Padre nuestro!

¿Verdad que se siente diferente hablar con Dios que con Papá?

Si cayó en ataduras, llame a Papá.
Si algo le causa temor, llame a Papá.
Si se siente en orfandad y desamparo, llame a Papá.
Si necesita consuelo y descanso, llame a Papá.
Si le persiguen y quieren hacerle daño, llame a Papá.
Si está avergonzado o en problemas, llame a Papá.
Si no sabe qué decir, suba Su regazo y llore como un niño entre los brazos de Papá.

Jesús abrió el camino para que pudiéramos hacerlo, si usted cree en Él ha recibido la adopción formal de hijo de Dios y puede decir con plena confianza y libertad: ¡Papá!

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

Romanos 8:15

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