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Hace un tiempo fuimos a almorzar unos taquitos banqueteros muy famosos de nuestra ciudad que estaban fuera de una central obrera, pero antes de poder sentarnos a la mesa, el mal olor de la calle me impidió comer, y no solo fue lamentable no poder almorzar ahí, sino que desde entonces no he podido ir de nuevo porque casi puedo olerlo otra vez.

Dos milenios atrás, el mal olor invadió la última cena que Jesús compartió con sus discípulos, sin embargo, eso no les impidió comer.

Supongo que se miraban unos a otros ya que nadie había lavado los pies de los discípulos al llegar al Aposento Alto, pero ninguno dispuso ayudar a otros para comer bien y prefirieron aguantar el mal rato.

Jesús entonces, decidió darles una lección práctica: tomó un lebrillo, se ciñó la toalla y comenzó a lavarles los pies y secarlos.

¿Cuántos de nosotros hemos percibido el mal olor del pecado en nuestras reuniones pero decidimos ignorarlo y seguir “comiendo” el pan de Su palabra?

Y no me malentienda, no quiero juzgar el pecado de nadie, sino sacudir la conciencia de cada servidor que así como Jesús nos dio ejemplo, es tiempo de ponerlo en práctica.

Cuando “percibamos” a un pecador, debemos ceñirnos la toalla para servirlo y ayudarlo a ser limpio, para sentarnos juntos a la mesa con comodidad y alegría, no dejando que nadie los critique o señale ¿o esperaremos a que Jesús mismo venga a lavarles los pies en lugar de hacerlo nosotros?

Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.

Juan 13:14

“Lavarnos” del mal olor del pecado unos a otros, de todo lo que cargamos del camino, de lo que se nos ha quedado “pegado” en los trayectos, nos da un sentido de pertenencia, nos hace reconocernos como hermanos.

En la próxima reunión general o actividad congregacional, recuerde que somos siervos y que si percibimos el mal olor del pecado, la queja, el chisme o el descontento, es nuestra responsabilidad como discípulos de Cristo, ir a lavarnos los pies los unos a los otros para recordar que somos uno en Cristo.

No se aguante el mal olor, ¡mejor vamos a limpiarlo para disfrutar juntos!

// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //