La rebelión de Absalón, hijo de David, lo obligó a él y a todo su pueblo a salir huyendo de la ciudad.
En el camino, David subió al monte de los Olivos con el alma hecha polvo y ceniza.
Casi mil años después, el hijo prometido a David, Jesús, subiría también al monte con el alma destrozada de tristeza hasta la muerte por la misma causa, la rebelión del hombre contra el Padre, pero con un propósito diferente: que con su obediencia sacrificio fuéramos todos salvos.
David se separó del arca de Dios y Su Presencia prometida y la regresó a Jerusalén, al Santo Lugar, esperando que la misericordia de Dios le permitiera volverla a ver.
El Hijo de David, Jesucristo, el arca de Dios y Su presencia prometida, habitó entre nosotros y nos acercó a Él de nuevo para no estar separados jamás.
Lee la Biblia de manera ordenada y consecutiva, la Palabra de Dios es rica en sazones, nutrientes y sabiduría.
Deja que la presencia de Jesús te sorprenda en cada página, y el Plan de Dios se deje ver entre sus capítulos; está ahí, esperando a ser descubierta, a encontrarse contigo y conmover y llenar tu corazón del gozo y el amor del Salvador.
A veces podremos estar como David, subiendo con dolor la cuesta de los Olivos, pero gracias a Jesús, podemos reunirnos de nuevo con Él a través de la comunión y la Escritura, deja que Sus palabras te sostengan y sean un bálsamo que te anime, restaure, fortalezca y dirija.
// Castillo del Rey Santiago: Haciendo de cada creyente un discípulo //
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